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martes, 27 de julio de 2010

ALICIA VEGA – ENTELEQUIA - Comentario de MARÍA EUGENIA RUIZ / Verónica Torres Colección de Arte (Julio 2010)

ALICIA VEGA – ENTELEQUIA
Verónica Torres Colección de Arte.
Mariscal López Shopping,
planta baja, local 27.
Teléfono 608 512,
veronicatorresarte@gmail.com
Asunción, Paraguay.
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ENTELEQUIA
Recientes planteamientos, de ALICIA VEGA en técnica mixta, donde la artista conjuga en perfecta sintonía pictórica el resultado de su constante investigación con los materiales, característica de sus procesos. Los pigmentos fluyen (ocres, rojos, terrosos…), delineando el equilibrio formal y espacial de las obras.
Estos enigmáticos abstractos, que bajo la gestión de Verónica Torres nos deleitan en este paseo de las artes, remiten a paisajes solitarios, filosóficos y de reflexión, según Alicia los presenta, desde el punto, desde el delineado de las formas, transformando estas composiciones gestuales en materia cromática.
El término ENTELEQUIA lo define el diccionario de la Real Academia Española, como que deviene del griego, Actividad constante, cosa real que lleva en sí, el pricipio de su acción, teniendo en si misma su propia finalidad.
MARÍA EUGENIA RUIZ.
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(Enlace a datos biográficos y obras
En la GALERÍA DE ARTES del
www.portalguarani.com )


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Amplio resumen de autores y obras
de las Artes Visuales en Paraguay.
Óleos, Acrílico, Técnica Mixta, Collage, Grabados
Xilopinturas, Instalaciones, Escultura, Audiovisuales,
Cerámica, Artesanías, Exposiciones
Libros y Artículos sobre la historia del Arte.

lunes, 26 de julio de 2010

TICIO ESCOBAR - EL ARTE DE LAS MISIONES: LOS JESUITAS / Fuentes: ACERCA DE LAS IMAGINERÍA RELIGIOSA MISIONERA Y POPULAR EN EL PARAGUAY.

EL ARTE DE LAS MISIONES:
LOS JESUITAS
Autor: TICIO ESCOBAR
(Enlace a documentos y obras
En la GALERÍA DE ARTES del
www.portalguarani.com )
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EL ARTE DE LAS MISIONES: LOS JESUITAS
LA CUESTIÓN DEL ARTE.
La circunstancia de que la confección de pinturas, retablos y, muy principalmente, esculturas misioneras se hallara sometida en los talleres a un controlado sistema de copias–sistema que no dejaba margen a la libertad expresiva del indígena-, así como el hecho de que tal confección estuviere orientada exclusivamente a fines extraartísticos, básicamente de evangelización, plantea dificultades a la hora de hablar de un “arte de las misiones”, como de un “arte colonial”, en general: todo el sistema de la Colonia desconoció esa posibilidad.
Cuando se habla de “arte” pues, se usa ese término con cautela y conciencia de su arbitrariedad: sirve para nombrar aquellas prácticas o productos que, desde la manipulación de la forma sensible y el juego de la imagen, precipitan nuevos contenidos expresivos, verdades oscuras que aparecen, por un instante, vislumbradas. Es decir, el arte moviliza sentidos que trascienden la función (en este caso evangelizadora) del objeto. Éste es, obviamente, un concepto moderno de arte, pero resulta útil para encarar retrospectivamente objetos históricos marcados por un plus de significado, auratizados.
Volvamos, pues, a la cuestión: hasta qué punto puede hablarse hoy de artisticidad con relación a formas anteriores impuestas, copiadas y desprovistas de toda intención creativa.
Resulta, de entrada, evidente el valor estético y expresivo de una parte considerable de la producción colonial santera. Al lado de muchas piezas inertes y deslucidas, producto desganado de un trabajo obligatorio de taller o intento pretensioso de remedar el espíritu europeo, se afirman piezas originales, potentes en sus razones nuevas. ¿Dónde se habrían apoyado esas razones que no fuera en los ámbitos regidos por el programa misionero? ¿Cómo lograron colarse en un espacio tan estrictamente controlado?
Partamos del caso más extremo, por su eficacia reduccional, el jesuítico. La intención de los jesuitas era no sólo promover un arte (entendido en su acepción de “oficio”) basado en el calco de las obras europeas, sino mantener, aunque implícito, el sentido original de esos modelos; reproducir la sensibilidad y el gusto de las metrópolis, considerados paradigmas universales de lo estético. Los artesanos de las misiones debían adscribirse al ideal de belleza central y, sin intentar producir arte, transcribir los gestos, trazas y proporciones del arte copiado. Según el criterio de los maestros jesuitas, las mejores obras eran aquellas que más se identificaban con ese ideal ajeno. Sepp escribe que las pinturas hechas por los indígenas reducidos “son tan vistosas y magistrales que… se apreciarían en la Roma misma” (24) (“en una catedral alemana”, dice en otro lado (25)). Desde este afán, las señales de identidad que por descuido, impericia o voluntad de autoafirmación dejare el indio copista, eran consideradas cifras de un extravío irremediable. Cuando el provincial Luis de la Roca realizó una visita a las misiones jesuíticas a comienzos del s. XVIII, ordenó que se cambiasen muchas de las esculturas y pinturas por obras “decentes”. Comentando este hecho, Furlong llega a esta conclusión: “Hubo, así, en las Reducciones, como fuera de ellas, la imaginería barata y popular” (26). Esta imaginería “no decente” sería aquella marcada por el estigma de la diferencia. Es posible que entre la obra descartada por el provincial se encontraren las piezas más significativas del arte misionero: aquellas capaces de expresar el breve margen de coincidencia o cruce entre lo que siente el indio y lo que quiere el misionero.
A partir del s. XVIII, muchas de las piezas decentes ya lograban coincidir con el original.
En este contexto, Furlong refuta con orgullo el error de “considerar de procedencia europea las obras de rasgos más finos y de méritos más innegables, y considerar de factura indígena las más toscas y primitivas. Todas estas estatuas… son de origen americano, aun cuando en unas predomina el aire de la estatuaria italiana y, en otras, la alemana” (27). Pero es, sin embargo, en el s. XVIII cuando, paralelamente a la producción de las obras celebradas por los padres, se consolida lo que, forzando un poco el término, podríamos llamar “estilo” jesuítico. Es decir, “estilo” como sello de una tendencia formal específica, no como reflejo de una historia ajena. Retomemos la pregunta ¿cómo pudo colarse la diferencia en un sistema impermeable?

(26) Guillermo Furlong, S.J., Historia Social y Cultural del Río de la Plata (1536-1810), Tomo II, El transplante cultural: arte, Tipográfica Edit., Buenos Aires, Argentina, 1969, pág. 315. Aunque Furlong sostiene que esas imágenes eran producidas en serie, aclara que no se refiere a la realizada en molde por Sepp; lo serial debe, pues, ser entendido en este caso como sinónimo de repetitivo, carente de originalidad.
(27) Misiones…, op. cit., pág. 494.
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Detalle de talla de retablo. Taller jesuítico. s. XVIII.
CAV/Museo del Barro.
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LOS LÍMITES DEL SISTEMA JESUÍTICO
Debe considerarse que, aun poderoso, el orden jesuítico no podía resultar perfecto. En primer lugar, aunque aspirasen a encarnar en tierras bárbaras el arquetipo de belleza clásico o barroco, los misioneros sabían que, en las difíciles condiciones que imponían esas tierras, debían hacer la vista gorda ante ciertos descarríos de la copia. La ausencia de tradición figurativa del indígena (cuyas representaciones fueron siempre abstractas), así como su vocación visual escueta, su falta de pericia en esculpir y pintar y su desinterés en realizar una tarea cuyo alcance no compartía, le llevaban a distorsiones de la imagen que, por forzosas, debían ser toleradas. Indudablemente, luego de casi dos siglos de práctica, la capacidad de copiar el modelo -e incluso de comprender, si no compartir, ciertos sentidos suyos- acercaron al copista a los modelos. Pero a lo largo de ese tiempo, la destreza habría crecido y, con ella, la capacidad de expresión y aun el talento: ya se encontraba el artesano en condiciones de reinterpretar la forma impuesta, de domarla, de contaminarla con las cifras obstinadamente infieles de la memoria. También esta situación debía ser aceptada por los jesuitas, que ni ante las deformaciones de la imagen ni ante su expresión renegada podían hacer demasiado con los medios con que contaban.
La falta de recursos técnicos constituía, en efecto, otro problema que limitaba la escrupulosidad del sistema. Falta de materiales, en primer lugar, especialmente de pinturas (según Furlong, la escasez de tintes habría condicionado el predominio de la escultura en la región (28)); carestía de obras originales que sirviesen de modelo, después: en la gran mayoría de los casos, los copistas empleaban estampas como muestras, lo que conspiraba contra la fidelidad de copia, sobre todo en el caso de que ésta requiriese soluciones tridimensionales.
Otro problema: el relativo a los maestros especializados. Éstos no abundaban ni abundaba el talento en ellos; fuera de Luis Berger y Luis de La Croix (o La Cruz, en ciertos documentos) en el s. XVII y Brasanelli en el XVIII –artistas medianos, aun ellos– no aparecieron en las reducciones tutores de nombres destacables (29). Quienes instruían en los talleres eran esmerados padres y hermanos, formados ellos mismos por presión de las circunstancias, ya que, como escribe Cardiel, “a poca aplicación y práctica salen maestros” (30).
Los jesuitas tuvieron que asumir estas restricciones, como otras tantas ocurridas en otros ámbitos. Al fin y al cabo, no se trataba de sacar artistas, sino de salvar almas y, para ello, de mantener ocupados los cuerpos en tareas decorosas. Y productivas. Cuando no había otro remedio que ser flexibles, los jesuitas sabían serlo: al comienzo de las reducciones toleraban muchas cosas para poder exigir después el cumplimiento riguroso de las otras, las innegociables. Con la copia de las imágenes fueron todo lo inflexibles que pudieron ser, pero aceptaron razonablemente las reglas del juego subtropical y apartado.
Sabían que sus disculpas serían disculpadas: en 1865, casi cien años después de la expulsión de la Compañía de Jesús, De Moussay, luego de visitar la misión de Santa Rosa, escribe que, aunque hay mucho que objetar, “desde el punto de vista del arte...” “sus estatuas distan mucho de ser perfectas; los ornamentos no manifiestan un gusto puro, refinado…”. Sin embargo admite que “cuando se piensa con qué elementos, en qué país, y a qué distancia de Europa los Padres de la Compañía de Jesús han realizado semejantes maravillas, se queda uno profundamente admirado” (31).
Ahora bien, por esas pequeñas hendiduras del bloque jesuítico pudo filtrarse el mirar desviado del indio copista. Esa mirada incontrolable permitió la aparición de contornos, de trazos, de sombras rápidas: evidencias, fugaces pero intensas, de encuentros y colisiones; de creencias readaptadas, impugnadas o porfiadamente cauteladas. El mundo guaraní tradicional se había roto y vuelto irrecuperable; quizá para expresar sus ruinas o compensar la pérdida o nombrar casi en silencio los gérmenes de posibles signos nuevos, el guaraní misionalizado encontraba en las formas extranjeras un cobijo mínimo: una guarida abierta en los últimos rincones adonde no alcanzó a llegar el control misionero. Ésa es la base de la diferencia.
Sin ella, todo el arte jesuítico no sería más que una copia adulterada de modelos mediocres.
La fuerza de muchas esculturas jesuíticas se alimenta de las reservas bárbaras que cautelan los intersticios del sistema jesuítico: desde ese capital furtivo pudieron ellas desplegar con decisión sus formas imperfectas.

(28) Ídem, pág. 525.
(29) Fuera de los nombres conocidos, ya citados, dice Josefina Plá: “de los jesuitas gestores del arte misionero sería imposible afirmar en general que fueran artistas notables… de la mayoría de ellos no nos consta siquiera que fuesen alumnos de un imaginero o pintor famoso de la época”. El Barroco Hispano Guaraní, Editorial del Centenario S.R.L., Asunción, 1975, pág. 67.
(30) Cit. en Plá, op. cit., pág. 67.
(31) Cit. en Furlong, Historia…, pág. 580.
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CRUCIFIJO, Taller jesuítico. S. XVIII. CAV/Museo del Barro.
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ESTILOS
Los modelos jesuíticos se basaban en tendencias diferentes; básicamente clásicas, tardo-renacentistas, manieristas y barrocas. Es posible que estas últimas llegaran tardíamente, a fines del s. XVII o, aun, a comienzos del XVIII (32), pero devienen sin duda el componente más definido en la constitución de lo que podríamos llamar un “estilo jesuítico”. La desmesura barroca se encuentra en el extremo opuesto de la austera sensibilidad guaraní.
Expresado fundamentalmente en las formas abstractas de la pintura corporal, el ajuar plumario, la cestería y la cerámica, el sentido estético nativo chocó enseguida con la figuración realista europea que suplantaba esas expresiones. El conflicto no provenía solamente de incompatibilidad de registros simbólicos, sino del hecho mismo de la sustitución, de un cambio forzado. Pero la divergencia de los sistemas visuales en pugna agravaba la violencia de esa imposición y exasperaba la tensión de las formas. Quizá esa misma tensión haya alimentado las fuerzas en juego y empujado las imágenes hasta el límite: la crispación extrema de la forma, en puja con un contenido o con otra forma, constituye un agente propulsor de hecho artístico. Quizá, producida a lo largo de tanto tiempo, la repetición del guaraní de la imagen extranjera le haya llevado a descubrir cruces rápidos con su historia nueva o a negociar acuerdos secretos con ella: el desconocido dramatismo que acercó el barroco, la flexibilidad de sus formas, su carácter teatral, su riqueza de recursos y efectos para conmover la sensibilidad, todas esas notas suyas, brillantes y seductoras, están preparadas para expresar experiencias, memorias y aspiraciones distintas, sobre todo cuando éstas ya han sido cribadas por las categorías de la misión.
Aunque nunca el guaraní haya terminado de asumir el sentido del mundo cristiano, luego de más de ciento cincuenta años de reducción tampoco era ya el mismo avá montés: de hecho, cuando intentó, no pudo readaptarse a “su vida de antes”. Ese indígena casi plenamente aculturado pero nunca totalmente evangelizado, a medio camino ya entre dos cosmovisiones estéticas, poseedor de destreza expresiva y conciencia de cierto status privilegiado de santo apoháva, pudo haber encontrado en la plasticidad barroca una posibilidad de expresar nuevos contenidos que aún carecían de imagen. De haber ocurrido, todo esto ocurrió a contrapelo del rumbo misionero, en sus intersticios como queda dicho, aunque aceptado en el margen de error que contempla el más calculado de los proyectos.
Ramiro Domínguez sostiene que el esquematismo visual guaraní, al verse invadido por la “orgía de expresión” y el patetismo del barroco, resiste tratando de contener los excesos de éste e imponer la tendencia depurada y lineal de su propia estética. En este proceso se habrían dado tres momentos: el primero correspondería al transplante directo de las pautas europeas; el segundo, a un sincretismo en el que coexisten elementos indígenas y europeos; y el tercero, al triunfo de las formas del indígena, que se autorrecuperan después de remansar la exuberancia barroca y purificarla según sus propios códigos (33).
El resultado es una obra cuyo fuerte valor expresivo ocurre en el límite de la brusca parálisis del movimiento realista, una obra cuyo “esquema resulta barroco por su profusión pero no por su movimiento”, por usar una eficaz figura de Josefina Plá. Así, el complicado armazón tridimensional que sostiene la representación verista sufre un súbito lance de detención que congela el gesto, altera la composición y, por lo tanto, la proporción; endurece el diseño, modera la perspectiva y subraya la línea. La característica pieza de lo que se llama, con propiedad o no, “barroco hispano-guaraní” corresponde a una escultura cuya convulsión de pliegues, ondulaciones y curvaturas se resuelve en ángulos rígidos, planos y líneas rectas. A diferencia de lo que sucede con la típica escultura franciscana, cuyo andamiaje entero se esquematiza y simplifica, la jesuítica más representativa conserva la complejidad de su arquitectura interna, pero la descompone en diversas partes simplificadas una a una, de modo que el conjunto entero debe apelar a nuevos principios de equilibrio: un juego de simetrías rearticulado mediante rígidos contrapesos geometrizados que niegan el dinamismo barroco.
Surge así un nuevo sentido de expresión, no basado en el patetismo que proponen los modelos, sino en una elocuencia impasible y serena, restauradora en parte del antiguo ideal guaraní de la belleza.

(32) Sustercic afirma que el Barroco llega a las misiones de la mano de José Brasanelli, arquitecto, pintor y escultor que trabajó en los museos misioneros desde 1691 hasta 1728. Darko Bozidar Sustercic, “El arte guaraní de las misiones jesuíticas y franciscanas en la Colección de Nicolás Darío Latourrette Bo”, en El Barroco en el Mundo Guaraní, op.cit., pág. 54.
(33) En Ticio Escobar, Una interpretación de las artes visuales en el Paraguay, Tomo I, Colección de las Américas, Asunción, 1982, pág. 261.

MÁRGENES
Cabe consignar en este punto algunas aclaraciones que restringen el alcance de lo recién expuesto. La primera se refiere al hecho de que, obviamente, no todas las producciones de los talleres jesuíticos alcanzan un nivel de expresividad y ajuste formal que las convierta en genuinas obras de arte; la mayoría de ellas no constituye más que réplicas, mejor o peor logradas, de los paradigmas europeos. Pero, tampoco, no todas las imágenes logradas en su fuerza expresiva y su valor formal se ajustan a esta modalidad barroco-guaraní; existe otro camino para asumir la oposición entre códigos antagónicos, como en ciertas magníficas piezas jesuíticas (por ejemplo, el Cristo de la Columna, del Museo de Santa María) cuya construcción rotunda y estricta evita la complejidad escultórica de aquella modalidad y hace que las obras adquieran un aire primitivo y arcaizante. Es posible que muchas de estas piezas hayan sido producidas en los primeros tiempos misioneros, pero la calidad de su factura y la potencia de su expresión manifiestan una muy bien adquirida destreza escultórica.
Sustersic habla de “estatuas horcones”, cuya simplicidad se hallaba condicionada por la forma cilíndrica de los troncos de cedro (árbol mítico guaraní), madera utilizada para su factura. “Aunque muy raras en la actualidad, pues la reforma barroca arrasó con ellas, esas imágenes-horcones frontales, estáticas y simétricas, que constituían la antítesis del estilo barroco, prevalecían en los retablos misioneros del siglo XVII” (34).
La segunda aclaración precisa que no todas las imágenes realizadas por los indígenas en los talleres jesuíticos corresponden a las grandes esculturas destinadas al ornato de los templos. El autor recién citado diferencia entre éstas (que alcanzan una altura media de un metro y corresponden básicamente a las que han sido tratadas hasta ahora); las pequeñas tallas de devoción familiar, que oscilan entre quince y treinta centímetros; y las de santos “procesionales”, cuya altura alcanza entre cuarenta centímetros y un metro, y son utilizadas para presidir y proteger labores campestres (como las de San Roque y San Isidro Labrador y su esposa, Santa María de la Cabeza) o encabezar los viajes y expediciones militares (San Miguel, San Rafael). La disputa en torno al barroco se habría dado sólo en las esculturas litúrgicas; las otras, menos sujetas al control de los maestros de oficio, habrían expresado con mayor espontaneidad la sensibilidad indígena (35).
La última aclaración: a efectos de compararlas mejor, se ha simplificado acá la oposición entre la imagen jesuítica y la franciscana, empleando casos extremos. Pero, según queda indicado, resulta difícil desmarcar tajantemente ambos estilos, en el sentido amplio en que se usa acá ese término escurridizo. No sólo porque coinciden en gran parte las condiciones que signan la producción de los talleres franciscanos (también impuesta como obligación comunitaria y también basada en la transferencia de modelos ajenos y con celo vigilada), sino porque la sensibilidad guaraní, compartida por ambos estilos, promueve actitudes y genera soluciones similares en ambos casos. Así, cuando se mencionan las respectivas particularidades de las obras provenientes de uno u otro modelo reduccional, debe asumirse la existencia de una franja incierta integrada por obras misioneras difícilmente diferenciables en su origen jesuítico o franciscano. Dando por supuesto este hecho, el próximo punto vuelve sobre las diferencias entre ambos estilos, tomando como referencia ahora la obra de los talleres franciscanos.

34 Op. cit., pág. 54.
35 Ídem., pág. 60.


Fuente: ACERCA DE LAS
IMAGINERÍA RELIGIOSA MISIONERA
Y POPULAR EN EL PARAGUAY
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(INTRODUCCIÓN)
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Fuente: CATÁLOGO IMAGINERÍA RELIGIOSA
PUBLICADO CON EL APOYO DE
THE GETTY FOUNDATION.
CENTRO DE ARTES VISUALES/MUSEO DEL BARRO
ASUNCIÓN • PARAGUAY , 2008.
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Enlace al espacio de
en la GALERÍA DE ARTES del

CATÁLOGO IMAGINERÍA RELIGIOSA PUBLICADO CON EL APOYO DE THE GETTY FOUNDATION. / Fuente: CENTRO DE ARTES VISUALES/THE GETTY FOUNDATION.

CATÁLOGO IMAGINERÍA RELIGIOSA
PUBLICADO CON EL APOYO DE
THE GETTY FOUNDATION.
CENTRO DE ARTES VISUALES/
MUSEO DEL BARRO
ASUNCIÓN • PARAGUAY
2008

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Catálogo Imaginería Religiosa
© Centro de Artes Visuales/Museo del Barro y los autores
Director del Centro de Artes Visuales: CARLOS COLOMBINO
Director del Museo del Barro: OSVALDO SALERNO
Director del Museo de Arte Indígena: TICIO ESCOBAR
Calle Grabadores del Cabichuí entre Emeterio Miranda y Cañada
Asunción, Paraguay
Telefax: 595.21.607996
info@museodelbarro.com ,
www.museodelbarro.com
Las fotografías que ilustran los artículos de los autores corresponden a Susana Salerno y Julio Salvatierra. Cuando otro fuera el autor, se consignará. Forman parte del Departamento de Documentación e Investigaciones del CAV/Museo del Barro (DDI).
Catalogación: TICIO ESCOBAR.
Documentación y fichaje: LÍA COLOMBINO.
Cuidado de Edición: LÍA COLOMBINO.
Diseño del Catálogo: OSVALDO SALERNO.
Diagramación: MIGUEL LÓPEZ y JULIO CARDOZO.
Diseño de fichas y programación: SUSANA SALERNO y JULIO SALVATIERRA.
Fotografías: SUSANA SALERNO y JULIO SALVATIERRA.
Corrección: DERLIS ESQUIVEL.
Impresión: Arte Nuevo - Montevideo 1.665, Asunción, Paraguay.
Primera Edición de 1.250 ejemplares.
Asunción, Paraguay, Marzo de 2008.
Hecho el depósito que marca la Ley Nº 1328/98
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Vista de la sala de imaginería religiosa del
CAV/Museo del Barro. Archivo DDI.
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CATÁLOGO/IMAGINERÍA RELIGIOSA
ACLARACIONES PRELIMINARES

Este catálogo registra, sistematiza y comenta las obras pertenecientes al acervo de arte sacro del Centro de Artes Visuales/ Museo del Barro: objetos producidos en las misiones religiosas y desarrollados luego como creaciones populares a través de diversos procesos de transculturación. Tal como se procedió para la clasificación de las piezas que integran las colecciones de arte indígena, en este caso se apela a criterios flexibles de ordenamiento buscando que ellos den cuenta de la especificidad de tales obras y faciliten el acceso a las mismas.
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Imagen izquierda:
San Juan. Taller jesuítico. s. XVIII. CAV/Museo del Barro.
Imagen derecha:
Virgen de la Inmaculada Concepción. Taller franciscano.
Caazapá, s. XVIII. CAV/Museo del Barro.

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Según se fundamenta en los artículos teóricos que contextualizan las obras pertenecientes a las colecciones, las notas que marcan la producción de tales obras no pueden ser asimiladas directamente a las que caracterizan el arte occidental. Enredadas en funciones extraestéticas (religiosas, sociales, económicas) y animadas por complejos procesos transculturativos, las piezas que componen los acervos ahora catalogados requieren diversos criterios de ordenamiento y exposición que no siempre se compadecen con los de una lógica taxonómica rigurosa. Esta transgresión clasificatoria no resulta grave pues la informatización del catálogo permite que las búsquedas tengan accesos diversos.
El propio término “arte” aplicado a las piezas catalogadas supone un cierto abuso de la extensión convencional del concepto de arte, puesto que tales piezas no constituyen objetos estéticos autónomos, aunque no puedan ser desconocidas en su valor formal y su alcance expresivo. Las imágenes religiosas creadas por los indígenas y los mestizos, dentro y fuera de las misiones, no aspiran a constituirse en obras únicas y originales y no tienen, por lo tanto, ningún inconveniente en repetir soluciones y formas a lo largo de siglos; como tampoco tienen problemas en asimilar bruscamente innovaciones en cuanto las mismas coincidan con las demandas diversas de sus procesos culturales. La colección cuenta, por lo tanto, con muchas piezas que, aunque producidas de manera manufacturada, resultan formalmente similares entre sí. Ante esta situación se decidió
-tanto como se hiciera ante las obras de arte indígena- imprimir sólo una ficha (o unas pocas) por objeto correspondiente a cada tipo, dejando registro del número de todas las otras piezas que comprende cada categoría. La descripción y el detalle de la totalidad de las obras de la colección aparecen expuestos en el disco que incluye cada catálogo.
Ante la necesidad de buscar información acerca de una obra específica, se recurre al listado que acompaña cada tipo general o al sistema informático que, ubicado en el local del Museo, detalla esa obra particular y permite relacionarla con otras.
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Imagen izquierda:
San Gabriel. Taller posjesuítico. s. XIX.
CAV/Museo del Barro.
Imagen derecha:
San Luis Gonzaga. Taller popular franciscano.
Siglos XVIII y XIX. CAV/Museo del Barro.
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Para determinar las categorías básicas de clasificación obras, se optó por considerar en primer lugar los escenarios de la producción de imágenes “santeras”: el de las reducciones jesuíticas y de los pueblos de indios sujetos a misiones franciscanas, el de la la colección, Catálogo Imaginería Religiosa está constituida en base a piezas adquiridas por Carlos Colombino a lo largo de veinticinco años, creció con el aporte de obras donadas por Osvaldo Salerno y otros particulares e instituciones, así como con piezas compradas mediante fondos del Museo. En principio, la idea curatorial de esta colección se dirigía a reunir tallas religiosas producidas sólo por artistas populares mestizos a partir del s. XIX.
Posteriormente, se decidió, por razones didácticas, incorporar además obras que conforman los antecedentes de las tallas populares: las producidas por los indígenas en las misiones jesuíticas y franciscanas y en los llamados táva, los “pueblos de indios” sujetos al poder civil (ss. XVII al XIX).
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DOCUMENTOS:
*. ACERCA DE LAS IMAGINERÍA RELIGIOSA MISIONERA Y POPULAR EN EL PARAGUAY. Por TICIO ESCOBAR
*. DE FINOS ATEÍSTAS A DELICADOS SANTEROS. IMAGINERÍA E IMAGINARIO EN EL MUNDO GUARANÍ. Por BARTOMEU MELIÀ
*. EL ETERNO DESTELLO. Por GABRIELA SIRACUSANO.
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Enlace al espacio
en la GALERÍA DE ARTES del

domingo, 25 de julio de 2010

PERIÓDICO CABICUI - A SANGRE Y FUEGO: EL INICIO DEL HUMOR GRÁFICO EN PARAGUAY/ Fuente: HISTORIA DEL HUMOR GRÁFICO EN PARAGUAY. Por ROBERTO GOIRIZ

Visite la GALERÍA DE GRABADOS
del Periódico de Guerra
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A sangre y fuego:
el inicio del humor gráfico en Paraguay.
El caso del Cabichuí.

** Cuando, finalmente, un conjunto complejo de circunstancias geopolíticas terminaron causando la guerra conocida en Paraguay como de la Triple Alianza (1865-70), en la que el país se enfrentó a las fuerzas aliadas de Argentina, Brasil y Uruguay, un nuevo tipo de periodismo vio la luz: el periodismo de trinchera, dedicado sobre todo a la propaganda de guerra, a mantener elevada la moral tanto de la tropa como de la población civil, infundándole fe en la victoria final. No está de más hacer notar que el Paraguay era, en ese momento, un país de buen desarrollo industrial y con importantes logros en la educación básica –casi no existían analfabetos–. Una excelente infraestructura de comunicaciones telegráficas, superior incluso a las de sus vecinos más poderosos, facilitaba que estos periódicos de trinchera tuviesen información fresca y fuesen, por esta razón, consultados por los propios oficiales y estrategas del enemigo.
** Cuatro fueron las publicaciones representativas de este periodismo: El Centinela, Cabichuí, Cacique Lambaré y La Estrella.
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** Hablaremos de Cabichuí en primer lugar, por las ilustraciones del mismo y su carácter netamente satírico, destinado a ridiculizar al enemigo. Además, dichas ilustraciones tienen un estilo tan propio (una especie de naif algo agresivo, que recuerda algunas figuras medievales) que han logrado que la memoria de esta humilde hojita de combate quede grabada para siempre tanto en la historia del humor gráfico como en la de la plástica paraguaya en general. Quizá ningún otro medio de prensa paraguayo haya logrado tener un estilo gráfico tan propio, original y distintivo como el que tuvo el Cabichuí.
** Fue Josefina Plá –escritora, artista plástica e investigadora hispanoparaguaya– quien primero llamó la atención sobre la importancia del periódico, al mencionarlo en su libro sobre la historia del grabado en el Paraguay. Posteriormente se realizó una edición facsimilar por el Museo del Barro, con estudios de Alfredo Seiferheld (historiador), Osvaldo Salerno (artista plástico) y Ticio Escobar (crítico de arte), además del escrito de Plá, a quien cedemos la palabra:
** "Los 95 números de Cabichuí publicados en el cuartel general de Paso Pucú aparecieron cada uno con tres caricaturas cuando menos, amén de la cabecera, lógicamente idéntica para todos; y de las viñetas, no repetidas sino en pocos casos; pero las miniaturas que diseñan las mayúsculas cabeza de las breves notas y poesías, son bastante variadas: cada letra del alfabeto da lugar a una, y ésta no siempre se repite. En rigor, la única viñeta que es siempre la misma es la que encabeza la sección Popias del padre Fidel Maíz. Ello representa un total de más o menos cuatrocientos grabados, a través de los cuales puede seguirse el desarrollo del drama bélico y la trayectoria psicológica de la defensa durante un año. Y también el itinerario de nueve artistas improvisados configurando el hecho colectivo más interesante, por unitario, producido en las artes plásticas paraguayas del período independiente.
** Son esos grabadores, a los cuales hemos de suponer jóvenes, así sólo sea por el arranque, el fervor y la espiritual elasticidad que de su obra irradia: Inocencio Aquino, M. Perina, Francisco Ocampos, Gregorio Baltasar Acosta, Jerónimo Gregorio Cáceres, J. Bargas, Francisco Velasco, J.B.S. A este número hay que añadir a Saturio Ríos, más conocido como pintor."
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** Este equipo de grabadores trabajaba, según parece, bajo la dirección de un sargento que hacía de diseñador y dibujante. Algunos han sugerido que quien llevaba la batuta era el propio Saturio Ríos, pero el único grabado que aparece firmado por éste no comparte plenamente el estilo del periódico. Por el contrario, se trata, más bien, de una alegoría patriótica al uso de la época. No existe certeza sobre quien era, finalmente, el sargento al mando de este particular pelotón de grabadores (se ha mencionado, unas veces, a un sargento Godoy y, otras, a un sargento Colunga). Por otro lado, la unidad estilística no excluye los rasgos individuales. La originalidad gráfica tenía su equivalente en la redacción, que seguía, en general, los lineamientos retóricos grandilocuentes del momento histórico y echaba mano tanto de la lengua guaraní como de las bromas un poco gruesas ("El macaco afligido/Ala vista se conoce:/Lleva de tras (sic) una cola/Entre las piernas metida,/Y por el olor que despide/De lejos de ver se echa/Que va bien humedecida/O que el vien… se le ha aflojado."). E incluso, aunque raramente, de las palabrotas ("Ud. es un cobarde carajo!"). Por tal motivo, bien puede considerarse al Cabichuí también como precursor remoto del periodismo callejero, que recurre al lenguaje popular y que, en nuestro país, se encuentra representado actualmente por los diarios Popular y Crónica.
** Cabichuí aparecería en 1867, tres años después de iniciado el conflicto y cuando el mismo ya había tomado para el Paraguay un carácter netamente defensivo. Las exitosas incursiones en territorio argentino y brasileño habían quedado atrás. Según uno de sus mentores, el más tarde coronel Juan Crisóstomo Centurión, la discusión sobre el título del periódico y sobre el dibujo que debía servirle de frontispicio o portada duró unos tres días. Finalmente fue aceptada su propuesta para el título, que transmite la idea de aguijonear y zaherir al enemigo (cabichuí es una especie nativa de avispa), lo mismo que el dibujo de la portada, que representa, según Centurión, "un negro acosado por una multitud de esas avispas".
** La gráfica llama la atención ya desde este logotipo, del cual podríamos poner en duda que represente, realmente, a un negro. De hecho, abundan en el Cabichuí las imágenes de negros (por los soldados brasileños, negros y mulatos muchos de ellos, odiados por su saña) y no se parecen demasiado a la del frontispicio. Suelen ser representados con los rasgos típicos: un color plano y muy obscuro, como betún, y unos labios extremadamente abultados. Además, a los negros del Cabichuí se les suele representar en uniforme, tal como solían estar. El personaje en cuestión está desnudo, se apoya en un rústico cayado, tiene el cuerpo y el rostro cubiertos de pelo (sugerido por líneas hábilmente dispuestas), las uñas crecidas y las orejas puntiagudas. Incluso unos colmillos parecen asomar en esa boca que esboza un gesto de fastidio. Parece, más bien, una especie de hombre lobo, una variante del viejo tema del hombre bestializado o convertido en fiera. A nuestro entender, lo más probable es que se trate de una alegoría –recurso común en la iconografía política de aquel siglo fascinante (recordemos la Mariana, encarnación de los ideales democráticos que, por cierto, aparece también en el Cabichuí)- y que represente la barbarie, brutalidad y salvajismo atribuidos a los ejércitos aliados.
** El humor del Cabichuí es, además de coyuntural y bastante rudo, carente de autonomía en el aspecto gráfico. Los grabados acompañan, invariablemente, alguna crónica y no constituyen chistes por derecho propio, sino ilustraciones de algún pasaje de la misma. Ocasionalmente, algunas caricaturas se aproximan bastante al ideal de un chiste autónomo y completo en sí mismo, como aquella donde el emperador del Brasil les hunde el gorro de la libertad hasta el cogote a los presidentes de Argentina y Uruguay (página 2, año I, número 7), pero son excepcionales. Los textos explicatorios o que representan aquello que los personajes dicen van al pie de los dibujos, como en los actuales subtítulos del cine. No existían aún el globo ni los demás recursos dinámicos de la moderna historieta. No olvidemos que el recurso de los subtítulos ha sido y es utilizado aun hoy, sin haber sido desplazado nunca del todo por el globo, y que, en ocasiones, es sumamente efectivo (como en los chistes cortos de un solo cuadro).
** Tal como corresponde a una publicación de trinchera, el blanco favorito para los aguijonazos del Cabichuí fueron los ejércitos enemigos y, entre estos, los ejércitos brasileños, invariablemente negros, siempre cobardes y en actitudes ridículas, donde epítetos como "raza de orangutanes" son moneda corriente. Tales explosiones se comprenden en medio de la exaltación de una guerra
sanguinaria, que causó un verdadero genocidio en la población paraguaya, sin necesidad de pretender que toda obra que posea algún mérito deba ser un pulcro ejemplo de corrección política.
** Una de las representaciones más logradas es aquella donde se hace escarnio de la poco valerosa conducta del general uruguayo Castro (página 2, año 1, número 16). Sus propios soldados, metamorfoseados en micos, se ríen de él. La simplicidad y, al mismo tiempo, la efectividad con la que están representados es, sencillamente, magistral. No son éstas las únicas representaciones zoomorfas: las repúblicas de Uruguay y Argentina, así como sus gobernantes, Flores y Mitre, y también sus oficiales y soldados, se convierten en un burro y un perro, respectivamente; mediante un juego de palabras bastante simplón pero efectivo, el general argentino Gelli Obes se transforma en un "general oveja"; el brasileño Porto Alegre (llamado también, a veces, "Porto Triste") pasa a adoptar aspecto de carpincho y el propio Emperador del Brasil, don Pedro II, se convierte en un insecto. Sin embargo, el enemigo más odiado de todos para el Cabichuí fue, qué duda cabe, el Marqués de Caxías el cual se nos aparece desde el número 3 como una figura grotesca, negro también (al parecer como todos los brasileños, a excepción del Emperador), horriblemente panzón, nalgón y "quebrado" de forma tal que sugiere afeminamiento, cubierto de medallas e hinchado de estúpida vanidad, similar a la representación habitual de Ubu rey. En cada edición, su aspecto se vuelve más repugnante. Pierde, como otros, su condición de humano para tornarse en un insecto, junto al emperador y al almirante Botafogo (página 3, año 2, número 70) y, finalmente, en un sapo (página 4, año 2, número 74).
Los temas no coyunturales, ajenos a la guerra, aunque raros, no están ausentes en el Cabichuí. Así, en el penúltimo número encontramos unas deliciosas décimas que narran la historia de la disputa entre un pastor y un lechuguino acerca de qué placer merece prioridad, si la mujer o la botella. El grabado que acompaña estos versos es, tal vez, uno de los mejores del periódico, por la gracia y la elegancia que poseen las figuras, así como por el encanto de todo el cuadro, de la composición completa. Pertenece a G. I. Aquino, uno de los artistas más finos del periódico, autor también –para servir de contrapunto a esta deliciosa escena campestre- de la escena de la muerte de Mitre (página 2, año 2, número 73), donde el presidente argentino entrega su alma a los demonios del infierno. Otros nombres a destacar adentro del grupo son los de Francisco Velasco -con un vigoroso primitivismo por momentos casi infantil, como acertadamente señala Josefina Plá- y autor, según parece (aun cuando nunca existe completa seguridad a este respecto, pues sólo una pequeña parte de los grabados llevan firma), de la primera transmutación de Caxías en batracio- y F. Ocampos, grabador cuyos diseños iniciales son un poco rígidos, pero que pronto evoluciona y se coloca a la altura de los mejores.
** Con la única excepción de Saturio Ríos –que, por otra parte y tal como ya señalamos, está bastante ajeno al espíritu general del Cabichuí; que carece, por lo visto, de inclinaciones por la caricatura y sólo firma un grabado–, la suerte de los demás grabadores es absolutamente desconocida y constituye, hasta el día de hoy, un misterio. Misterio sólo comparable a su aparición, ¿habían recibido alguna clase de formación? No es una hipótesis del todo descabellada, pues en el Paraguay de los López hubo clases de litografía. En todo caso, parece casi seguro que ambas cuestiones seguirán perteneciendo al reino de las incógnitas, pues aquellas personas que podrían haber proporcionado alguna pista al respecto –como el propio Ríos– hace mucho tiempo que no están entre los vivos y nunca se ocuparon de brindar informes sobre el tema, quizás porque nadie se los pidió.
** No deja de llamar la atención el hecho que la desaparición del Cabichuí coincida, aproximadamente, con los luctuosos sucesos de San Fernando, ocasión en que López ordena el fusilamiento de varios de sus propios parientes, por ‘traición a la patria’. Tal vez los grabadores fueron víctimas de las tragedias desatadas al interior del bando paraguayo antes del derrumbe final o, tal vez, el periódico dejó de aparecer porque ya era materialmente imposible que lo hiciese. Tal vez estos grabadores-soldados murieron en combate o, en la post-guerra, se retiraron a la vida privada y no volvieron a empuñar el fusil ni el punzón. Nunca lo sabremos. Sólo nos queda el testimonio de su arte, muestra de que el más vigoroso talento florece aún en medio de la más profunda desesperación.

(Fuente: HISTORIA DEL HUMOR GRÁFICO EN PARAGUAY. Por ROBERTO GOIRIZ. Con la colaboración ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ y ALEXIS ÁLVAREZ. HISTORIA DEL HUMOR GRÁFICO. Directores de la colección: Armengol Tolsà Ermengol Juan García Cerrada. Coordinador: José Lorenzo Sánchez. EDITORIAL MILENIO – LLEIDA, 2008. Con la colaboración de: UNIVERSIDAD DE ALCALÁ - FUNDACIÓN GENERAL)

SEBASTIÁN DÍAZ - PINTURAS AL ÓLEO SOBRE TELA / Fuente: espacio FACEBOOK de SEBASTIÁN DÍAZ.

PINTURAS AL ÓLEO SOBRE TELA
DE SEBASTIÁN DÍAZ.
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(Enlace da datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del

RENATTA AVILA DE XIFRA - MUESTRA “FIESTA”, PINTURAS RECIENTES / Fuente de imágenes: FABRICA GALERIA DE ARTE.

MUESTRA “FIESTA”
RENATTA AVILA DE XIFRA
PINTURAS RECIENTES
ASUNCIÓN, JUNIO 2010,
Fuente de imágenes:
FABRICA GALERIA DE ARTE.




(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del




sábado, 24 de julio de 2010

FEDERICO ORDIÑANA - INOLVIDABLE ORDIÑANA, artículo de JAVIER YUBI en la Revista ABC COLOR del Domingo, 18 de Julio de 2010 / Edición digital: www.abc.

INOLVIDABLE ORDIÑANA
Fuente: artículo de JAVIER YUBI.
Revista ABC COLOR,
Domingo, 18 de Julio de 2010.
Edición digital:
www.abc.com.py
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Un día como hoy, hace cuatro años, fallecía don FEDERICO ORDIÑANA. Tenía 89 años y seguía pintando retratos y desnudos, sus temáticas preferidas. Recibió formación académica en la Escuela de Bellas Artes de Valencia (España), en los años 40. Y por más de seis décadas sus pinceles dieron forma y color a obras de gran expresión artística. Aquí, extractos de la última entrevista para recordar al célebre exponente de la pintura paraguaya del siglo XX.
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-¿Cómo un pintor sintetiza su trayectoria?
Yo estoy convencido hoy de que cada pintor tiene su techo. Llegamos al techo ese y no podemos pasar. Yo que he visto tantos museos, tantos maestros, quisiera pintar como los maestros, pero mi techo no me permite pasar.
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-Pero, bueno, eso hace que cada uno tenga un estilo propio, ¿no?
-Yo creo que mi estilo, que no es nada revolucionario, fue consecuencia de mucho trabajo, de muchos años. Y nada más.
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-Mantuvo siempre los rasgos de un pintor clásico, academicista.
-Porque no puedo huir de eso. Yo cuando concibo un cuadro siempre lo pienso realista. No puedo apartarme de esa instrucción que me dieron cuando era joven los grandes maestros que tuve, a los que recuerdo con mucho cariño.
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-Dos vertientes principales marcan su historial pictórico: los retratos y los desnudos.
-Sí, porque los desnudos me han servido para depurar más mi afición al dibujo. El dibujo comprende muchas resoluciones que en otras cosas no se pueden hacer. Y el retrato fue un sistema de pintura que no busqué, sino que apareció con el tiempo, porque cuando terminé de estudiar en Valencia me fui a Barcelona buscando una situación más amplia. Y allí tuve un marchand, don Luis Reig, que me ayudó mucho consiguiéndome gente para retratar.
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-Imitar un rostro humano debe ser muy complejo, ¿hay una fórmula o un truco?
-Nada más que un dibujo fuerte. Y un dibujo recio que se consigue a fuerza de mucho trabajo. Y después la observación de la mirada que también expresa mucho del alma de individuo.
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-Si usted tuviera que hacerse un autorretrato, ¿qué rasgos suyos acentuaría?
-La verdad que yo no me conozco mucho. Ni nunca me he conocido mucho. Pero alguna vez me he hecho un autorretrato y en general he tratado de hacerlo lo más dibujado posible.
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-¿Cuál es la lección de su época de estudiante que tiene presente indefectiblemente a la hora de pintar?
-Quizás el dibujo primero. Soy más dibujante que colorista. El dibujo es la base de toda nuestra vida, en el arte, en la industria, en la ciencia. Siempre es el dibujo el primer punto para empezar una cosa.
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-Tuvo a destacados artistas como maestros, ¿recuerda a alguien en especial?
-Lo recuerdo con mucho cariño a un profesor que se llamaba Salvador Tusset. El, a su vez, había sido discípulo del gran profesor Sorolla. El mantenía los conceptos de la pintura de Sorolla, pero no los copiaba, no hacía lo mismo que su maestro. Y yo creo que eso influyó bastante en mí. Admitir las teorías, pero no la copia.
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-De entre sus compañeros, ¿surgieron pintores destacados?
-Ah, sí. Hay uno, por sobre todo, que en este momento es una primera figura, se llama Francisco Sebastián.
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-Sus primeras pinceladas profesionales las dio en España...
-Cuando ya me sentí seguro en el mundo del arte, tenía mis estudios en Valencia y en Madrid, alternaba. Cada tres o cuatro meses cambiaba de ambiente. Así me mantuve hasta que vine al Paraguay. También trabajé mucho en Bilbao, en Vitoria y en Barcelona. El resto de España lo conozco más bien de estudiar museos, iglesias. Eso fue mi vida en España.
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-¿Hay cuadros firmados por usted en museos españoles y europeos?
-Hay en el Hotel de Ville, que es la Municipalidad de Bruselas (Bélgica). Es un retrato del general Miranda, que actuó con las tropas de Napoleón en la toma de Bruselas. También retratos en la colección Vallenilla de Venezuela.
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-En la escuela de San Carlos donde estudiaba conoció a África, la mujer que sería su esposa.
-Sí, era compañera de cursos superiores. En principio fuimos buenos amigos. Después, cuando ya surgió el amor, al terminar la época de la Escuela de Bellas Artes, nuestro noviazgo fue largo, porque coincidió con la Segunda Guerra Mundial y la posguerra española. Fue un noviazgo largo, muy difícil, porque entonces era España víctima de una situación muy mala. No se encontraba trabajo ni habitaciones para alquilar. No había nada. Entonces, conscientemente no hubo boda hasta que pasaron los años y yo me sentí más dueño de la situación.
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-Los que vieron algunos cuadros de Africa dicen que era muy buena pintora. ¿Por qué ella no tuvo continuidad?
-Incluso en la época de estudios tuvo varios premios como colorista. Pero ella, yo no sé si porque era mi esposa, no se dedicó mucho después de conseguir el título de profesora. Era, además, un poco inestable. Le interesaba mucho la cerámica, a veces hacía cerámica, dejaba la pintura. Después hacía pintura, dejaba la cerámica. En fin. No tenía un tesón definitivo para dedicarse plenamente.
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-¿Tuvieron hijos?
-Una sola, Africa, como su madre, que ahora vive entre España y Nueva Zelanda, donde está su hijo, mi único nieto.
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-¿En los tiempos que residía en España venía de visita al Paraguay o nada?
-Yo vine aquí a principios de los años 50, e hice una exposición que se vendió íntegramente. Tuvo mucho éxito. Eso me ayudó muchísimo. Estuve muy de moda en aquella época. Hice muchísimos retratos.
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-¿Y cuándo decidió regresar definitivamente?
-En los años 80.
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-¿Cómo se dio a conocer al público local?
-Siempre que he vuelto he hecho una exposición los primeros días de mi llegada. En los años 80 trabajé muchísimo el retrato, entonces vendí muchísimo. Incluso antes de inaugurar la exposición ya se vendió. Traje 35 cuadros y no me quedó ninguno. ¡Qué época buena!
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-En algún momento usted dijo estar arrepentido por no haberse abierto mucho a la prensa, de modo que no resultó ser tan conocido.
-Yo, en realidad, nunca busqué propaganda. Surgió cuando la gente se interesó por mi obra. Pero nunca fui un tipo muy preocupado por la propaganda. Ni cuando era joven.
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-Pero un artista necesita ser conocido para cotizar su obra.
-Sí, indudablemente. Yo, por ejemplo, sé que Picasso (Pablo), además de ser un gran pintor era un gran comerciante. O sea se promocionaba él de una manera inteligente. Yo, esa mano izquierda no la tengo. No sé vender. No sé promocionarme.
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-¿Es verdad que ha sido un hombre reservado, de pocos amigos, muy selectivo?
-De pocas amistades no, porque estaba casado con una mujer que sabía conquistar a la gente y hacer amistades. Yo recuerdo que un amigo me regaló un libro que decía: Dedicado para África y Federico Ordiñana. A Africa, hacedora de amistades. Y Federico, conservador de amistades.
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-Enviudó hace pocos años, ¿extraña a su esposa o ya se acostumbró a la soledad?
-Me afectó mucho. Pero, claro, no tengo más que seguir luchando. Me afectó muchísimo, porque ella era mi mano derecha, me hacía de secretaria, me ayudaba en todo.
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-¿Se siente reconocido como pintor? ¿Cotizan sus cuadros lo que realmente valen?
-No lo sé. Lo único que siento es que ahora con la crisis no hay estímulo para trabajar, como había antes que uno trabajaba en exceso incluso. Ahora trabajo, pero sin el entusiasmo de antes.
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-¿Es Federico Ordiñana un nombre que quedará en la historia de las artes plásticas paraguayas?
-Ojalá. Pero no creo tampoco.
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Gran artista. Federico Ordiñana Blanco nació en Asunción el 13 de marzo de 1917. En 1939 obtuvo una beca para estudiar en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Carlos (Valencia, España). Aprendió dibujo y pintura con grandes maestros como Salvador Tusset, Rafael Sanchis Yago y José Segrelles.
En 1948 se casó con la española Africa Siles, con quien tuvo una sola hija también llamada Africa. En la misma época fue cónsul de Paraguay en Valencia. En 1959 accedió al puesto de agregado cultural en la Embajada paraguaya de Madrid. Después de residir y trabajar en Madrid, Barcelona, Bruselas, Roma, Amberes, París y Londres, regresó a Asunción en 1983, donde falleció el 18 de julio de 2006. Cinco años antes, el 19 de enero de 2001, había quedado viudo.
16 de Julio de 2010
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Fuente: artículo de JAVIER YUBI.
Revista ABC COLOR,
Domingo, 18 de Julio de 2010.
Edición digital: www.abc.com.py
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Enlace a DATOS BIOGRÁFICOS y
GALERÍA DE OBRAS de
en la GALERÍA DE ARTES del

JORGE CODAS MUESTRA SUS OBRAS EN LONGJUMEAU (FRANCIA) / FUE EN LA LARGADA DEL TOUR DE CICLISMO / Fuente: www.abc.com.py

JORGE CODAS MUESTRA
SUS OBRAS EN FRANCIA
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FUE EN LA LARGADA DEL
TOUR DE CICLISMO (FRANCIA)


Jorge Codas, artista plástico paraguayo residente en Longjumeau, Francia, inauguró recientemente en la Maison Colucci de esa ciudad, una colorida exposición de setenta pinturas y dibujos bajo el rótulo de “Sur des bonnes roues”, invitado especialmente por el gobierno municipal de Longjumeau, para cubrir con dicho arte el corredor de largada de la penúltima etapa del Tour de France en la ciudad de Longjumeau.
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Con esto, luego de meses de intenso trabajo, este artista pone en vidriera su última producción pictórica, nada menos que en el tercer evento deportivo más importante del mundo, “el Tour de France”, como único artista en representación de la comunidad de Longjumeau y de su país, Paraguay.
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La adaptación de estas obras, a los banners del corredor de largada fue realizada conjuntamente con Vanessa Tio-Groset, talentosa artista y fotógrafa francesa, también residente en Longjumeau. Ambos artistas vienen trabajando juntos hace años y ya realizaron importantes exposiciones en varios lugares del mundo, en las cuales han incluido otras disciplinas tales como teatro, danza, música en vivo, etc.
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Jorge Codas, quien se destaco en el “Salón de los Independientes”, consiguiendo el primer premio temático, ofreció su obra titulada “Départ a la Mairie de Longjumeau” para colaborar con el desarrollo cultural de la comunidad. La misma es exhibida en la exposición de la Maison Colucci, la cual estará habilitada al público hasta el 26.
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Jorge Codas ha manifestado sentirse orgulloso de participar en las actividades culturales que se realizan en esta comunidad. Del mismo modo se refirió a la cordialidad y atención brindadas por las autoridades de la Mairie, muy especialmente se refirió al director de la revista de Longjumeau, el señor Arnaud Perrin, quien personalmente le ha hecho la invitación en nombre de la ciudad.
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También mencionó a Vanessa Dorey, coordinadora de acción cultural de la Mairie, quien intervino para llevar a cabo este emprendimiento de características tan especiales, en el marco del Tour de France. Las impresiones del corredor de largada serán donadas posteriormente a la organización sin fines de lucro “Eco Actions pour le Planete”, la cual confeccionará con estos materiales una serie de artículos tales como carteras, bolsos, carpetas y otros que servirán para difundir sus propósitos ecológicos y solidarios.
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Codas también expresó: “Es un gran honor, un premio de bienvenida a Francia, un valioso reconocimiento a muchos años de trabajo. Es un orgullo representar a mi país en un evento de esta categoría. Es importante también compartir con la comunidad donde uno vive lo que uno produce, más aun cuando se trata de un desafío tan grande, no solo en términos de extensión física, pues estamos hablando de muchos metros de espacio urbano donde voy a estar expuesto”, finalizó.
22 de Julio de 2010.
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Enlace a la DATOS BIOGRÁFICOS y
GALERÍA DE OBRAS de

viernes, 23 de julio de 2010

CATÁLOGO MUSEO DE ARTE INDÍGENA - CENTRO DE ARTES VISUALES/MUSEO DEL BARRO.(2008)

CATÁLOGO MUSEO DE ARTE INDÍGENA
PUBLICADO CON EL APOYO DE:
THE GETTY FOUNDATION
CENTRO DE ARTES VISUALES/
MUSEO DEL BARRO.
Asunción-Paraguay - 2008

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Catálogo Museo de Arte Indígena
© Centro de Artes Visuales/Museo del Barro y los autores
Director del Centro de Artes Visuales: Carlos Colombino
Director del Museo del Barro: Osvaldo Salerno
Director del Museo de Arte Indígena: Ticio Escobar
Calle Grabadores del Cabichuí entre Emeterio Miranda y Cañada
Asunción, Paraguay
Telefax: 595.21. 607.996 (Para adquirir el material)
info@museodelbarro.com ,
www.museodelbarro.com
La mayoría de las fotografías que ilustran los artículos de los autores forman parte del Departamento de Documentación e Investigaciones del CAV/Museo del Barro (DDI). Las restantes fueron cedidas por sus autores cuyos nombres se consignan en cada epígrafe.
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Catalogación: TICIO ESCOBAR.
Documentación y fichaje: LÍA COLOMBINO.
Cuidado de Edición: LÍA COLOMBINO.
Diseño del Catálogo: OSVALDO SALERNO.
Diagramación: MIGUEL LÓPEZ y JULIO CARDOZO.
Diseño de fichas y programación: SUSANA SALERNO y JULIO SALVATIERRA.
Fotografías: SUSANA SALERNO y JULIO SALVATIERRA.
Corrección: DERLIS ESQUIVEL.
Impresión: Arte Nuevo - Montevideo 1665, Asunción, Paraguay.
Primera Edición de 1250 ejemplares.
Asunción, Paraguay, Marzo de 2008.
Hecho el depósito que marca la Ley Nº 1328/98.
Catálogo/MUSEO DE ARTE INDÍGENA.
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PRELIMINARES
CRITERIOS DE CLASIFICACIÓN

Asumiendo la particularidad de las piezas que componen el acervo de arte indígena del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro, el correspondiente catálogo debe recurrir a ciertas estrategias expositivas que faciliten la clasificación y la presentación de los diferentes objetos. Dado que -según lo expresado en los textos teóricos publicados en este catálogo- las notas de lo artístico indígena son diferentes a las del arte occidental, especialmente el marcado por la estética moderna, se vuelve necesario apelar a diferentes dispositivos de ajuste, que implican ciertas transgresiones a una lógica taxonómica estricta.
En primer lugar, la unicidad de los objetos -que considera éstos como productos de una creación individual, original y única- no constituye un valor para el arte indígena, basado en la reiteración de los cánones colectivos, aunque no cerrado a las inflexiones particulares de cada artista.
Existen muchas piezas que, si bien se encuentran manufacturadas, resultan, de hecho, idénticas entre sí. Ante este caso, se optó por describir los tipos generales registrando el número de objetos que integran cada uno de ellos. La descripción individual de las piezas que componen el total del acervo aparece desarrollada en el disco que acompaña cada ejemplar del catálogo. Si se precisa identificar una obra específica se recurre al listado que acompaña cada tipo general o al sistema informático que, ubicado en el local del Museo, detalla esa obra particular y permite relacionarla con otras. La propia determinación de qué pieza se constituye en un tipo general es relativa: existen variaciones notables entre categorías secundarias que exigen su presentación como caso separado.
En segundo lugar, los materiales y técnicas que juegan un papel determinante en la constitución del hecho artístico, presentan variaciones notables que impiden una clasificación tajante y unívoca. Esta cuestión se complica porque el arte indígena no apuesta a una sola variable de significación: a veces ésta privilegia el color; otras, el material o la forma; de manera que resulta imposible mantener criterios clasificatorios estables sin sacrificar el sentido de piezas particulares, irreducibles a una categoría. Esta clasificación ha optado por partir de los materiales que componen cada objeto, a fin de considerar luego la etnia que lo produjo, el tipo de objeto (definido por su forma y su función) y su nombre indígena. Sucesivamente se consideran las técnicas de confección, los materiales secundarios, los sistemas de decoración, las localizaciones geográficas, etc., de modo que un objeto puede ser identificado desde diferentes entradas. En algunos casos se ha debido contravenir la lógica clasificatoria para facilitar esa identificación. Por ejemplo, los indígenas ishir producen aderezos plumarios multiuso: ciertos adornos ceremoniales y shamánicos consisten en ristras de plumas cuya función, y aun su forma final, son definidas en cada caso: según la circunstancia, el mismo elemento puede servir de muñequera, falda, corona, tobillera, cubrenuca, etc. En este caso, el objeto es clasificado simplemente como Ristra, atendiendo al procedimiento de su confección, y descrito en sus muchas posibilidades expresivas y funcionales. Otras piezas también plantean dificultades taxonómicas: por ejemplo, los adornos ceremoniales de los indígenas mataco otorgan igual valor al material de base (la lana roja), a las plumas que los guarnecen y a las mostacillas o conchas que los decoran. Entonces, para clasificar esta pieza, se toma como material principal la pluma, considerando que ésta constituye el elemento más estable (la lana roja y los abalorios pueden, eventualmente, variar). De todas maneras, el sistema informático permite que pueda accederse a cualquiera de los tocados pertenecientes a este tipo igualmente desde las categorías PLUMA, LANA o ABALORIO.
Buscando establecer categorías básicas de clasificación, se optó por partir de las diferentes culturas étnicas, buscando considerar luego los objetos específicos a partir de sus componentes materiales, sus técnicas y sus usos. Pero estas categorizaciones resultan de un valor apenas indicativo, puesto que la informatización del catálogo permite que las búsquedas tengan accesos diversos: el número individual que cataloga cada objeto resulta el mejor indicador para obtener información completa del mismo y, desde la ficha correspondiente, iniciar la búsqueda en los distintos campos a que se abre la misma.

LAS OTRAS ESCRITURAS
Se utiliza la grafía del idioma guaraní solamente para escribir vocablos pertenecientes a esta lengua. Ante la ausencia de convenciones sistematizadas en su escritura, los términos correspondientes a otros idiomas indígenas siguen la ortografía del español.
Se mencionan a continuación sólo las convenciones más comunes del guaraní: la y indica la sexta vocal, gutural; la virgulilla (~) colocada sobre las vocales vuelve éstas nasales; la h se pronuncia en forma aspirada, como en inglés, y la j, como la y en español; por último, en guaraní se marca el acento de las palabras sobresdrújulas, esdrújulas y llanas: todas las que no llevan tilde son leídas como agudas (por ejemplo tujuju se lee “tuyuyú”; jaguarete, “yaguareté”, etc.). Siguiendo la tradición, esta última regla no se aplica en la escritura de los gentilicios de las etnias (por lo tanto, éstos se acentúan aun siendo agudos: los mbyá, avá, etc.). El puso es un signo ortográfico utilizado en guaraní para indicar un corte fonético entre dos vocales. Se lo indica con el signo del apóstrofo (‘).
Aunque provengan del guaraní, las denominaciones de vegetales y animales incorporadas al español no se ajustan a las reglas citadas más arriba ni son escritas en cursivas. Tampoco emplean esta grafía las palabras pertenecientes a la cultura aché: si bien corresponde a la familia lingüística guaraní, el idioma aché presenta marcadas particularidades que justifican un tratamiento diferente de su escritura. Se mantiene la convención de no pluralizar los nombres de las etnias atendiendo a que los mismos responden a sistemas propios de pluralización (p.e., los ayoreo). Se respeta, sin embargo, la pluralización en lengua indígena utilizada por algunos de los autores cuyos textos integran este volumen (p.e., los ayoreode). También se mantiene la escritura particular de nombres indígenas empleada por cada autor.
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BREVE HISTORIA DE LA COLECCIÓN DE ARTE INDÍGENA
En más de un 90%, los objetos que integran esta colección fueron adquiridos por Ticio Escobar con fondos propios en distintas comunidades indígenas, tiendas de artesanía y colecciones particulares. La otra parte del acervo fue comprada por el Centro de Artes Visuales/Museo del Barro y donada por misioneros (Bjerni Fostervold, Alejandro Pytel, y Juan Reis), antropólogos (Miguel Chase Sardi, Benno Glauser, Marilín Rehnfeldt, Jürgen Riester, Guillermo Sequera y Oleg Vysokolán) y particulares (Angélica Baldwin, Bruno Barrás, Heddy Benítez, Lia Colombino, Derlis Esquivel, Cristina Gómez, Marcelo Hernáez, Clemente López, Ricardo Migliorisi, Rosa María Ortiz, Marilín Parini, Josefina Plá, Mercedes Rodríguez de Chase, Joaquín Sánchez, Félix Toranzos y Karina Yaluk).
En 1982 TICIO ESCOBAR publicó el primer tomo de UNA INTERPRETACIÓN DE LAS ARTES VISUALES EN PARAGUAY, un libro que argumentaba teóricamente en pro del carácter artístico de ciertos objetos, imágenes y prácticas de la cultura indígena y los consideraba en pie de igualdad con las producciones populares y eruditas. Esta posición no sólo le llevó a levantar un registro del arte indígena producido en el Paraguay, sino que le impulsó a iniciar una colección de piezas de diferentes etnias, base de la que luego sería la colección del Museo de Arte Indígena del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro (CAV).
La colección inicial adquirió un carácter más sistemático a partir de 1985, cuando el CAV organizó en la Galería Arte-Sanos, Asunción, Paraguay, la muestra ARTE PLUMARIO Y DE ABALORIOS. Ticio Escobar y Osvaldo Salerno, curadores de la muestra, visitaron diferentes comunidades indígenas y recurrieron a algunas pocas colecciones privadas con el objeto de colectar piezas representativas para la citada exposición. La muestra dejó como saldo un lote que pasó a enriquecer substancialmente el acervo de la colección inicial.
En el curso de los trabajos preparatorios de la exposición de 1985, Ticio Escobar y el etnomusicólogo Guillermo Sequera habían tomado contacto con un grupo de indígenas ishir –los tomáraho- que sobrevivían apartados de todo proceso de integración a la sociedad nacional, aunque gravemente perjudicados por la neocolonización del Chaco, que estaba provocando la extinción del grupo. Ese contacto dio lugar a un largo trabajo de acompañamiento a los citados indígenas en sus procesos de sobrevivencia y recuperación demográfica, así como en la reivindicación de sus territorios tradicionales y en sus diversas demandas y negociaciones con la sociedad envolvente. Para el cumplimiento de esas tareas fueron conformadas dos entidades que integraban diversos sectores de la sociedad civil: la COMISIÓN DE SOLIDARIDAD CON LOS PUEBLOS INDÍGENAS (cuyo programa Grupo de Apoyo a los Tomáraho -GAT- estaba dirigido puntualmente a respaldar esa comunidad específica) y la Asociación Theo Binder. Apoyo a las Comunidades Indígenas del Paraguay (ACIP). La primera tenía una dirección política y se orientaba a acompañar las gestiones indígenas en el ámbito de la consecución o recuperación de tierras; la autodeterminación política, cultural y religiosa y la denuncia de los casos de etnocidio, comunes durante la dictadura de Stroessner (1954-1989). La segunda entidad estaba dirigida a apoyar los procesos de reacomodo de los grupos indígenas en nuevos hábitat, asesorarlos técnicamente y promover programas de salud, vivienda, subsistencia económica y educación.
De este modo, las colecciones se fueron formando en el contexto de diferentes tareas de apoyo a la causa indígena y vinculadas con las difíciles situaciones en que se encontraban las comunidades. La producción de objetos artesanales comenzaba a afirmarse entonces como una interesante posibilidad de sustento indígena: una fuente económica subsidiaria que, desarrollada alternativamente a los modelos tradicionales, ayudaba al mantenimiento de muchas comunidades sin arriesgar su cohesión cultural (como la arriesgaban, y lo siguen haciendo, ciertos trabajos realizados fuera del grupo, que significan no sólo dispersión sociocultural, sino explotación económica). Esta situación favorecía la posibilidad de que las colecciones fueran formadas en condiciones interculturales simétricas y sin perturbar la dinámica productiva de los creadores, bien posicionados éstos para negociar la venta (o el trueque) de las piezas. En algunos casos, los propios indígenas dieron indicaciones acerca de cómo debían disponerse las piezas en el museo e, incluso, participaron directamente de su montaje (tal el caso de los tomáraho que instalaron los trajes ceremoniales en las correspondientes vitrinas).
Otras dos exposiciones, realizadas en el CAV, resultaron fundamentales para el crecimiento y la consolidación de los acervos. En 1987, coordinada por Alejandro Pytel, la muestra Arte avá guaraní presentó un lote de tallas en madera realizadas por la comunidad de Acaraymí; muchas de estas piezas fueron adquiridas para la colección. En 1989, la exposición EL SUEÑO AMENAZADO: ARTE INDÍGENA DEL PARAGUAY presentó un panorama de conjunto de la producción estética de las distintas etnias. Ambas muestras, así como la realizada en 1985, invocaban en su título el término “arte”, hecho que indica claramente la intención de reconocer en las prácticas expresivas de las etnias un valor estético, por encima de sus destinos rituales y sus funciones utilitarias y más allá de su consideración etnográfica como meros objetos de “cultura material”. Se iba definiendo de este modo el diagrama del guión museográfico del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro.
En 1985, Escobar publicó el libro EL MITO DEL ARTE Y EL MITO DEL PUEBLO. CUESTIONES SOBRE ARTE POPULAR, que ampliaba su pensamiento sobre el arte indígena planteado en su primer libro.
Sus teorías sobre el tema fueron desarrollados en otros dos libros publicados posteriormente: LA BELLEZA DE LOS OTROS. ARTE INDÍGENA DEL PARAGUAY (1993) y LA MALDICIÓN DE NEMUR. ACERCA DEL ARTE, EL MITO Y EL RITUAL DE LOS INDÍGENAS ISHIR DEL GRAN CHACO PARAGUAYO (1999). Estas publicaciones conforman el corpus teórico que sustenta la formación de las colecciones y respalda el discurso curatorial del CAV. Éste quedó definido en su estructura a partir de 1995, cuando se inauguró el Museo de Arte Indígena, cuyo acervo se encuentra conformado por la colección inicial, que continúa hasta hoy enriqueciéndose con nuevas adquisiciones.
De este modo, la consideración de ciertas manifestaciones culturales indígenas como genuinas formas de arte sirvió de base al libreto museológico del Centro de Artes Visuales/Museo del Barro, que progresivamente fue articulando sus colecciones distintas hasta presentar, en un mismo nivel de importancia, el arte indígena, el popular y el ilustrado como momentos diferentes del arte desarrollado en el Paraguay. Así, las piezas que integran la colección de arte indígena no están exhibidas en clave etnográfica, folklórica o histórica, sino estrictamente artística, aunque, a través de distintas instancias de mediación, las exposiciones se encuentran abiertas a lecturas pluridisciplinarias y vinculadas con la problemática social de los sectores indígenas.
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DOCUMENTOS:
-. ARTE INDÍGENA: ZOZOBRAS, PESARES Y PERSPECTIVAS. Por TICIO ESCOBAR.
-. ARTE INDÍGENA EN EL PARAGUAY: LOS CONFLICTOS DE LA MODERNIDAD. Por OLEG VYSOKOLÁN y TICIO ESCOBAR.
-. ETNIA AYOREO. Por BENNO GLAUSER.
-. MODELOS CULTURALES DE RESISTENCIA. LOS GUARANÍ EN EL PARAGUAY. Por MARILÍN REHNFELDT.
-. CINCO MUERTES PARA UNA BREVE CRÍTICA DE LA RAZÓN ARTESANAL. Por NICOLÁS RICHARD.
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Fuente: CATÁLOGO MUSEO DE ARTE INDÍGENA
PUBLICADO CON EL APOYO DE:
THE GETTY FOUNDATION
Asunción-Paraguay - 2008.